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Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto. Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta?
JUAN 11:25–26
Cuando yo era pequeño, mi abuelo George era mi persona favorita. Él era un hombre grande con un gran corazón y una gran risa a quien le gustaba contar grandes historias. Era mecánico, entonces su vestuario consistía principalmente en overoles. Le encantaba los dulces, y recuerdo haber comido muchas manzanas acarameladas con él. Siempre guardaba paletas en la guantera de su Buick también.
Cuando tenía diez años, mis padres llegaron temprano a mi reunión de Cub Scouts. Era obvio que mi madre había estado llorando y que algo malo ha acontecido. Ella me dijo en privado que su padre, mi abuelo, había muerto.
Hay muchos días de mi infancia que no recuerdo, pero ese día nunca olvidaré. Al principio, estaba en estado de shock. Nunca pensé que algún día mi abuelo moriría y que ya no nos divertiríamos juntos ni saldríamos a desayunar ni trabajaríamos en su garaje. Lo peor fue que murió repentinamente de un ataque al corazón y no pudimos decir adiós.
El funeral de mi abuelo George es el primero que recuerdo. Como era un niño, recuerdo que me sentí muy confundido e inseguro de como se suponía que debía actuar y reaccionar. Para empeorar las cosas, el funeral fue un ataúd abierto, por lo que lo último que vio mi abuelo fue de su cadáver frío y sin vida. A mi primo le preocupaba que nuestro abuelo necesitara dinero en el cielo, así que se subió y metió un dólar en el bolsillo de su abrigo.
Cuando nos sentamos a escuchar al líder religioso que oficiaba el servicio, solo recuerdo una cosa que dijo porque me enfureció. Después de hablar amablemente sobre el abuelo George, dijo que hay un orden natural en el mundo con estaciones de vida y muerte para todos y para todo, y que la muerte es natural y normal. Para mí, nada de ver a mi abuelo muerto parecía natural o normal. La muerte me pareció poco natural y anormal—un enemigo frio, no un amigo cálido.
En ese funeral algo cambió en mi corazón y mi mente. Sentí que la religión y los líderes religiosos realmente no sabían de lo que estaban hablando, por lo que no tuve ningún interés real en ninguno de los dos durante muchos años. Mi madre me llevó a la iglesia y me metió en una escuela católica durante unos años, pero yo era indiferente. No fue hasta que estuve en la universidad que comencé a luchar con las tres grandes preguntas de la vida:
- Orígenes: ¿De dónde venimos?
- Propósito: ¿Por qué estamos aquí?
- Destino: ¿Adónde vamos?
Luchando con estas preguntas en las clases de filosofía en la universidad, descubrí a Jesús y comencé a investigarlo y lo que tenía que decir sobre las tres grandes preguntas de la vida. Me animó escuchar al apóstol Pablo llamar a la muerte nuestro «enemigo». Después de leer la Biblia, junto con algunos filósofos cristianos, llegué a una simple conclusión. Si Jesús está muerto, entonces el cristianismo está muerto. Si Jesús está vivo, entonces el cristianismo está vivo. Pablo declaró lo mismo en 1 Corintios 15:17, «y si Cristo no ha resucitado, entonces la fe de ustedes es inútil, y todavía son culpables de sus pecados».
Aparte de la resurrección de Jesucristo, no hay salvador, ni salvación, ni perdón de pecados, ni esperanza de vida eterna. Aparte de la resurrección, Jesús es solamente un buen hombre que ya había muerto, y por eso, no nos ayuda en esta vida ni después de la muerte. Simplemente, sin la resurrección de Jesús, los miles de millones de personas que adoran a Jesús como Dios hoy en día son crédulos; su esperanza de una vida de resurrección después de esta vida es la esperanza de tontos que confían en un hombre muerto para darles vida.
Consecuentemente, la doctrina de la resurrección de Jesús es, sin duda, profundamente significativa y digna de la consideración y el examen más cuidadoso porque venimos de Dios, estamos aquí para Dios y moriremos para estar delante de Dios.
¿QUÉ ES LA RESURRECCIÓN?
Definir el significado de la resurrección es una tarea de increíble importancia. Resurrección no quiere decir revivificación. La revivificación se da cuando un muerto vuelve a la vida, pero al fin de cuentas tendrá que morir de nuevo, algo que sucede a lo largo de todas las Escrituras (E.g., 2 Ry 4:18–37; Mt. 9:18–26; 27:52–53; Mc 5:22–43; Lc 8:40–56; John 11:1–44; Hch 9:36–42; 20:9–12). A diferencia de la revivificación, en la resurrección la persona muere y vuelve a la vida en forma física para siempre, a lo que la Biblia llama vida eterna (Jn 5:24), siguiendo el modelo de la muerte y de la resurrección de Jesús (1 Co 15).
La resurrección no implica una segunda oportunidad para la salvación después de la muerte, tal como las ideas sobre la reencarnación y el purgatorio dan a entender. La reencarnación es la creencia de que el alma humana emigra de un cuerpo a otro en una sucesión de vidas que busca la purificación completa, mediante la cual el alma se une finalmente a la realidad absoluta de lo divino. El purgatorio es la enseñanza errónea de que después de la muerte hay un largo período de maduración y de purificación que le permite a alguien entrar al cielo aun sin ser creyente. Hebreos 9:27 refuta ambos errores: «Cada persona está destinada a morir una sola vez y después vendrá el juicio».
El concepto de resurrección no implica que todos, creyentes y no creyentes por igual, puedan evitar el castigo del infierno al final de su vida. El universalismo es la falsa idea de que al final toda la gente se salva y va al cielo. La «doctrina de la aniquilación» es la enseñanza errada de que en algún momento posterior a la muerte los no creyentes simplemente dejarán de existir, en lugar de ir al castigo eterno. Por el contrario, Daniel 12:2 declara que tanto creyentes como no creyentes se levantarán, pero unos para ir al cielo eterno y otros al infierno inextinguible, lo cual refuta ambos errores: «Se levantarán muchos de los que están muertos y enterrados, algunos para la vida eterna y otros para vergüenza y deshonra eterna».
La resurrección no es, tal como enseñan algunos adventistas del séptimo día, el despertar de lo que ellos llaman el «sueño del alma», una condición de reposo en la que yacen tanto el cuerpo como el espíritu después de la muerte (1 Co 15:20). Cuando el Nuevo Testamento habla de creyentes como «dormidos», lo hace metafóricamente para distinguir la muerte de los creyentes de la de los no creyentes. El Dictionary of Biblical Imagery (Diccionario de imágenes bíblicas) dice:
La Biblia también utiliza el sueño como una metáfora para la muerte de los justos. «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho» (1 Col 15:20, RVR60). En Cristo la muerte no es más que una siesta de la que los justos despertarán a un día sin fin [nota final 1].
Por eso es que Pablo habla de su muerte como una ganancia; porque implica que su alma irá con Jesús: «Pues, para mí, vivir significa vivir para Cristo y morir es aún mejor» (Fil. 1:21).
La resurrección tampoco es simplemente la vida después de la muerte, porque en un principio esta no incluye el cuerpo físico; el cuerpo yace en la tierra mientras que el alma parte para estar con Dios. Pablo habla de creyentes que prefieren «estar fuera de este cuerpo terrenal porque entonces estaríamos en el hogar celestial con el Señor» (2 Cor. 5:8).
La Biblia enseña que somos de cuerpo material y alma inmaterial. Al momento de morir estas dos partes se separan. Nuestro cuerpo va a la tierra y el alma de los creyentes va con Dios. El alma de los no creyentes va a un lugar al que la Biblia se refiere como «cárcel» (1 Pd. 3:19) y «Hades» (Lc 16:19-31). En ese lugar los no creyentes sufren justamente hasta presentarse ante Jesús para ser sentenciados a los tormentos conscientes y eternos del infierno (Ap. 20:13-14).
La resurrección implica la reunión pendiente que un día tendrá lugar entre nuestro cuerpo y nuestra alma. En su impresionante obra de setecientas páginas titulada The Resurrection of the Son of God (La resurrección del Hijo de Dios), el distinguido experto en el Nuevo Testamento N.T. Wright define la resurrección de manera muy útil, una definición que repite en todo el libro como uno de sus puntos fundamentales. Wright propone que en el siglo I la resurrección no significaba «vida después de la muerte» en el sentido de «la vida que sigue inmediatamente a la muerte corporal» [nota final 2]. Según Wright:
En esto no hay diferencia entre paganos, judíos y cristianos. Todos ellos entendían que el término griego anastasis, sus afines y los demás términos relacionados con los que nos encontraremos, significaban […] vida nueva después de un tiempo de estar muerto. Los paganos negaban esta posibilidad; algunos judíos la afirmaban como una esperanza futura a largo plazo; prácticamente todos los cristianos sostenían que le había ocurrido a Jesús y que les ocurriría a ellos en el futuro [nota final 3].
En otras palabras, la resurrección era una forma de «hablar de una nueva vida después de “la vida después de la muerte” tal como popularmente se entiende, una nueva encarnación viviente después de un período en estado de muerte» [nota final 4]. Según Wright, nunca está de más enfatizar el sentido de resurrección como «vida después de la “vida después de la muerte”», ya que en muchos escritos actuales se sigue utilizando el termino «resurrección» como sinónimo de «vida después de la muerte». Por el contrario, para la gente de la antigüedad la «resurrección» significaba creer en lo que Wright llama «una historia en dos fases» [nota final 5].
La resurrección como tal iba predecida […] por un período intermedio en un estado de muerte. Allí donde encontramos una historia con una sola fase—un acontecimiento de muerte que va seguida inmediatamente por un estado final, por ejemplo, de bienaventuranza incorpórea—los textos no hablan de resurrección. Una resurrección entraña un contenido definido (algún tipo de encarnación) y una forma narrativa definida (una historia con dos fases, no con una sola). Este significado es constante en todo el mundo antiguo [nota final 6].
Wright reitera lo que es y lo que no es la resurrección:
La «resurrección» denotaba una nueva vida corpórea que seguiría a continuación de cualquier «vida después de la muerte». Por definición, la «resurrección» no era la existencia a la que uno podía o no podía pasar inmediatamente después de la muerte; no era una vida «celestial» incorpórea; era una etapa ulterior, fuera y más allá de todo eso. No era una nueva manera de describir o de definir la muerte. Era la reversión de la muerte [nota final 7].
¿CÓMO VEÍAN LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE LOS NO CRISTIANOS DE LA ANTIGÜEDAD?
Es muy común para algunas personas suponer que toda la idea de la resurrección corpórea no fue una novedad, sino que fue tomada de otras filosofías y religiones antiguas. Wright ha realizado un estudio esmeradamente exhaustivo y revolucionario sobre las creencias antiguas referentes en la resurrección que es increíblemente útil. La mayoría de los libros sobre la resurrección de Jesús parte del estudio de los relatos evangélicos, y desde esa posición estratégica analizan las fuentes pertinentes, paganas y judías, de la antigüedad. Wright adopta un enfoque completamente opuesto. Empieza con el estudio de la resurrección (o mejor dicho, la falta de ella) en el paganismo y luego va reduciendo cada vez más el campo de estudio de su investigación hasta concluir con un análisis de lo registrado por los autores de los Evangelios canónicos. Wright concluye: «En la medida en que el mundo antiguo no judío tenía una Biblia, su Antiguo Testamento era Homero. Y en la medida en que Homero tiene algo que decir acerca de la resurrección, él es bastante categórico: no se da» [nota final 8].
La idea de la resurrección se niega en el paganismo antiguo desde Homero hasta el dramaturgo ateniense Esquilo, quien escribió: «Una vez que un hombre ha muerto y el polvo ha absorbido su sangre, no hay resurrección» [nota final 9]. Wright hace un resumen muy útil: «El cristianismo nació en un mundo en el cual se sabía que su afirmación fundamental era falsa. Muchos creían que los muertos eran no existentes; fuera del judaísmo nadie creía en la resurrección» [nota final 10].
Uno de los escritores más influyentes de la antigüedad fue Platón. Wright resume los puntos de vista de Platón sobre el alma y el cuerpo de la siguiente manera:
El alma es el aspecto inmaterial del ser humano, y es el aspecto que realmente importa. La vida corporal está llena de engaños y de peligro; el alma se debe cultivar en el presente, tanto por sí misma como porque su felicidad futura dependerá de ello. Por ser inmortal, el alma existía ya antes que el cuerpo y seguirá existiendo después de que este haya desaparecido [nota final 11].
Este enfoque dualista fomentó una tendencia a ver el cuerpo como una prisión del alma que hacía de la muerte algo deseable. Según Wright, «en la filosofía griega el cuidado y la curación del alma se convirtieron en una preocupación fundamental» [nota final 12]. Además, «ni en Platón ni en las alternativas más importantes que acabamos de mencionar [por ejemplo, Aristóteles] encontramos indicación alguna de que la resurrección, el regreso a la vida corporal de la persona muerta, fuera ni deseable ni posible» [nota final 13].
Este punto de vista es evidente también en las obras de Cicerón:
Cicerón es bastante claro, y se sitúa completamente dentro de la corriente principal del pensamiento grecorromano: el cuerpo es una casa-cárcel. Necesaria por el momento; pero nadie en su sano juicio, tras haberse liberado de ella, desearía volver a ella o a algo parecido. En ningún punto del espectro de opciones acerca de la vida después de la muerte imaginaba el mundo pagano antiguo que las negativas de Homero, Esquilo y los demás se pudieran invalidar. La resurrección no era una opción. Quienes seguían a Platón o a Cicerón no querían de nuevo un cuerpo; quienes seguían a Homero sabían que no lo obtendrían [nota final 14].
Después de estudiar a otros antiguos escritores y filósofos paganos, Wright concluye: «En realidad nadie en el mundo pagano del tiempo de Jesús y después afirmaba que alguien había estado verdaderamente muerto y que luego había llegado a estar verdadera y corporalmente vivo una vez más» [nota final 15].
La muerte, en el antiguo paganismo, era una calle de un solo sentido. Según Wright:
La carretera que llevaba al mundo inferior era de sentido único. A lo largo y ancho del mundo antiguo, desde su “biblia”, que eran Homero y Platón, pasando por sus prácticas (funerales, banquetes conmemorativos), sus historias (piezas teatrales, novelas, leyendas), sus símbolos (tumbas, amuletos, dones funerarios) y sus grandiosas teorías, podemos rastrear mucha diversidad acerca del camino al Hades y acerca de lo que uno podría encontrar al llegar a él. Como sucede con todas las calles de sentido único, no puede faltar alguien que trate de conducir en dirección contraria. En un período de mil años se oye hablar una o dos veces de un Protesilao, de una Alcestis o de un Nerón redivivus, pero la carretera contaba con buena vigilancia policial. A los aspirantes a infractores de las normas de la circulación (Sísifo, Eurídice y otros parecidos) se les hacía dar la vuelta o eran castigados. E incluso tales infractores se daban solo en lo que el mundo sabía que eran mitos [nota final 16].
Wright observa:
No podemos dejar de insistir en el hecho de que desde Homero hacia delante el lenguaje de «resurrección» no se utilizaba para denotar «vida después de la muerte» en general, ni ninguno de los fenómenos que supuestamente ocurrían dentro de tal vida. La gran mayoría de los antiguos creía en la vida después de la muerte; muchos de ellos desarrollaron […] complejas y fascinantes teorías al respecto y prácticas relacionadas; pero salvo en el judaísmo y en el cristianismo, no creían en la resurrección [nota final 17].
Además, ni siquiera en el judaísmo se creía en la resurrección de un individuo a mitad de la historia de la humanidad. Más bien su noción era que únicamente la nación judía entera se levantaría junta de la muerte al final de la historia. Los extensos estudios de William Lane Craig sobre la resurrección de Jesucristo culminaron con la publicación de dos libros especializados sobre el tema [nota final 18]. Craig afirma:
En la creencia judía siempre se aceptó una resurrección que ocurriría al final del mundo, no a la mitad de la historia […] La resurrección a la gloria y a la inmortalidad no sucedería hasta que Dios concluyera la historia del mundo. Esta noción judía tradicional fue la que tuvieron inicialmente los mismos discípulos de Jesús (Mc 9:9–13; Jn 11:24). La idea de una resurrección genuina antes de que Dios provocara el fin del mundo habría sido extraña para ellos. […] La creencia judía siempre se relacionó con una resurrección general del pueblo, no con la resurrección de un individuo aislado [nota final 19].
Finalmente, el célebre historiador y catedrático Edwin Yamauchi ha hablado al respecto con gran claridad basándose en toda una vida de investigación académica [nota final 20]. Yamauchi ha dicho que no hay posibilidad de que la idea de una resurrección se haya tomado prestada porque no hay pruebas definitivas de la resurrección de alguna deidad en ninguna de las religiones misteriosas anteriores al siglo II [nota final 21]. De hecho, ¡parece que otras religiones y corrientes espirituales robaron la idea de la resurrección a los cristianos! Por ejemplo, no se habla de la resurrección de Adonis hasta los siglos II al IV [nota final 22]. A Atis, el consorte de Cibeles, no se le señala como dios resucitado hasta el año 150 d.C [nota final 23].
Algunos han afirmado que el ritual taurobolium de Atis y Mitra, el dios persa, es la fuente de la doctrina bíblica de la resurrección. En dicho ritual se metía al iniciado en una fosa y se sacrificaba un toro en una rejilla colocada sobre él, para empaparlo con la sangre. Sin embargo, la mención más temprana de este ritual es del año 160 d.C. y la creencia de que conducía a un renacimiento no se menciona hasta el siglo IV. De hecho, el experto de Princeton Bruce Metzger ha argumentado que no se decía que el taurobolium tuviera el poder de conferir vida eterna hasta que este se encontró con el cristianismo [nota final 24].
Se admite que los mitos de los paganos son acontecimientos ficticios centrados en la muerte y en el renacimiento anual de la vegetación y en los ciclos de la cosecha. Por el contrario, la resurrección de Jesucristo se plantea como un hecho histórico ocurrido en un lugar y tiempo definidos, con testigos y pruebas contundentes e identificables. Además, la teoría de que el cristianismo tomó prestado el concepto de la resurrección no solamente es falsa, sino que ignora por completo los hechos históricos de la tumba vacía y de las apariciones posteriores a la resurrección de Jesucristo.
¿CUÁLES SON LAS PRUEBAS BÍBLICAS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Las pruebas bíblicas de la resurrección de Jesús son contundentes y pueden resumirse en diez puntos. Todos ellos son congruentes entre sí y en conjunto revelan que la Biblia es enfática y repetidamente clara sobre el hecho de la resurrección de Jesús.
- La resurrección de Jesús fue profetizada por adelantado. Aproximadamente setecientos años antes del nacimiento de Jesús, el profeta Isaías prometió que el Mesías nacería en circunstancias humildes, viviría una vida sencilla, moriría brutalmente y resucitaría para quitarnos el pecado (Is 53:8-12).
- Jesús predijo su resurrección. En numerosas ocasiones, Jesús prometió claramente que moriría y resucitaría tres días después (Mt 12:38–40; Mc 8:31; 9:31; 10:33–34; Jn 2:18–22).
- Jesús murió. Antes de morir, Jesús sufrió una noche de vigilancia, de juicios y golpizas que lo dejaron exhausto. Luego fue flagelado, un castigo tan brutal que muchos hombres fallecían antes de llegar siquiera a la crucifixión. Jesús fue crucificado y un verdugo profesional lo declaró muerto. Para asegurarse, el verdugo le traspasó el costado con una lanza, reventando el saco de su corazón, de donde salió una mezcla de sangre y de agua (Jn 19:34–35). El cadáver de Jesús fue envuelto en más de cuarenta y cinco kilos de sábanas y especias, las cuales lo habrían asfixiado si de alguna manera hubiera logrado sobrevivir a las golpizas, los azotes, la crucifixión y la perforación de su corazón. Aunque hubiera sobrevivido de alguna manera a todo esto (lo que ya de por sí sería un milagro), no habría podido soportar tres días sin alimentos, agua o atención médica en una tumba vacía excavada en la piedra. En resumen, Jesús murió.
- Jesús fue sepultado en una tumba fácil de encontrar. Unos setecientos años antes del nacimiento de Jesús, Dios prometió a través de Isaías que Jesús sería «puesto en la tumba de un hombre rico» (Is 53:9). Esta imagen resultaba increíblemente improbable, pues Jesús fue muy pobre y no podría haber costeado un entierro costoso. Sin embargo, tras la muerte de Jesús un hombre rico y bien conocido llamado José de Arimatea donó su costosa tumba para enterrarlo (Mt 27:57-60). Como resultado, fue fácil confirmar el lugar de su sepultura. Tanto José, el donador de la tumba, como los líderes gubernamentales y los soldados a quienes pusieron de guardia, además de todos los discípulos y mujeres que visitaron la tumba y la encontraron vacía, supieron el lugar exacto donde fue enterrado el cuerpo de Jesús. Si Jesús no hubiera resucitado verdaderamente, habría sido muy fácil demostrarlo abriendo la tumba y presentando el cadáver como prueba.
- Jesús apareció físicamente vivo, no solo en espíritu, tres días después de su muerte. Tras la resurrección de Jesús mucha gente tocó su cuerpo físico: sus discípulos abrazaron sus pies (Mt 28:9), María lo abrazó (Jn 20:17) y Tomás el incrédulo puso su mano en el orificio dejado por la lanza en su costado (Jn 20:20-28). Luego de resucitar, Jesús también se apareció a sus discípulos, pero ellos no estaban seguros de si había resucitado verdaderamente en forma física. Con todo, Jesús fue enfático acerca de su resurrección corpórea e hizo todo lo posible para demostrarla:
De pronto Jesús mismo apareció de pie en medio de ellos. «La paz sea con ustedes», les dijo. Pero todos quedaron asustados y temerosos; ¡pensaban que veían un fantasma! «¿Por qué están asustados? –les preguntó—. ¿Por qué tienen el corazón lleno de dudas? Miren mis manos. Miren mis pies. Pueden ver que de veras soy yo. Tóquenme y asegúrense de que no soy un fantasma, pues los fantasmas no tienen cuerpo, como ven que yo tengo». Mientras hablaba, él les mostró sus manos y sus pies. Aun así, ellos seguían sin creer, llenos de alegría y asombro. Entonces les preguntó: «¿Tiene aquí algo para comer?». Le dieron un pedazo de pescado asado, y él lo comió mientras ellos miraban (Lc 24:36-43).
Además, Jesús se apareció físicamente vivo durante el transcurso de cuarenta días (Hch 1:3) a multitudes de hasta quinientas personas a la vez (1 Cor. 15:6). También es importante hacer nota que no existe ninguna prueba histórica creíble de ese período para validar cualquier otra explicación de la resurrección de Jesús, más que su literal resurrección corpórea [nota final 25].
- El cuerpo resucitado de Jesús era el mismo que el que tenía antes de la resurrección. Sus discípulos lo reconocieron como la misma persona que había sido crucificada (Lc 24:31; cf. Jn 21:7,12), y María Magdalena lo reconoció por el sonido de su voz (Jn 20:16). Aunque el cuerpo resucitado de Jesús era el mismo, estaba transformado. Eso explica por qué no se le reconocía inmediatamente después de su resurrección (Jn 20:14, 15; 21:4; Lc 24:15-16), y por qué parecía aparecer y reaparecer misteriosamente (Jn 20:19; Lc 24:31,36). Como James Orr hizo notar, «[en] las narraciones […] se implica que había algo extraño—algo poco común o misterioso—en su aspecto, lo que hacía difícil reconocerlo inmediatamente […] y los tenía atónitos» [nota final 26]. Pablo explica este fenómeno en el tratamiento más extenso que se hace en toda la Escritura acerca de la naturaleza de un cuerpo resucitado (1Co 15): «Son enterrados como cuerpos humanos naturales, pero serán resucitados como cuerpos espirituales. Pues, así como hay cuerpos naturales, también hay cuerpos espirituales» (1 Cor 15:44). Este «cuerpo espiritual» se refiere a un cuerpo resucitado que ha sido perfeccionado hasta alcanzar su estado glorioso mediante el poder del Espíritu Santo.
- La resurrección de Jesús fue registrada en las Escrituras poco después de haber ocurrido. El relato del Evangelio de Marcos acerca de los días previos a la crucifixión de Jesús menciona al sumo sacerdote sin nombrarlo (Mc 14:53, 54, 60, 61, 63). Se puede inferir lógicamente que Marcos no mencionó el nombre del sumo sacerdote porque esperaba que los lectores supieran de quién estaba hablando. Debido a que Caifás fue sumo sacerdote del año 18 al 37 d.C., la fecha más tardía posible para esta tradición es el año 37 d.C [nota final 27]. Esta fecha es tan cercana a la muerte de Jesús que no habría dado tiempo suficiente para la aparición de una «leyenda» sobre su resurrección. Esto prueba que el registro bíblico de la resurrección de Jesús no es una leyenda mítica creada mucho después de su época. De hecho, John Rodgers, exdecano de la Trinity Episcopal School for Ministry, dice: «Este es el tipo de datos que hace babear a los historiadores que estudian la antigüedad» [nota final 28].
- La resurrección de Jesús se celebraba en los primeros credos de la iglesia. En 1 Corintios 15:3-4, Pablo dice: «Cristo murió por nuestros pecados tal como dicen las Escrituras. Fue enterrado y al tercer día fue levantado de los muertos, tal como dicen las Escrituras». Esta declaración es aceptada por muchos como el credo más antiguo de la iglesia, el cual comenzó a circular ya en 30-36 d.C., poco después de la resurrección de Jesús. Dada la antigüedad de este credo, no hubo suficiente tiempo a partir de la crucifixión para que se desarrollara ninguna leyenda sobre la resurrección de Jesús. Además, los testigos mencionados estaban vivos aún, y disponibles para ser interrogados acerca de los hechos que enmarcaron la resurrección. La antigüedad de este credo prueba también que la iglesia no corrompió la verdad sobre Jesús con fábulas y folclor. Por el contrario, la iglesia primitiva no hizo más que colgarse de los claros e incuestionables hechos sobre la muerte, sepultura y resurrección de Jesús.
- La resurrección de Jesús convenció a su familia de adorarlo como Dios. Santiago, el medio hermano de Jesús, se oponía inicialmente a las afirmaciones de la deidad de su hermano (Jn 7:5). Sin embargo, experimentó una transformación cuando lo vio resucitado (1 Cor 15:7). Después de eso Santiago se hizo pastor de la iglesia de Jerusalén y escribió la epístola neotestamentaria que lleva su nombre .(St 1:1). También participó activamente en la formación de la iglesia primitiva, la cual sufría y moría por proclamar a todos que Jesús es el único Dios verdadero (Hch 12:17; 15:12–21; 21:18; Gal 2:9). Además, María la madre de Jesús formó parte de la iglesia primitiva que oraba y adoraba a su hijo como Dios (Hch 1:14), lo mismo que Judas, el otro hermano de Jesús quien escribió un libro del Nuevo Testamento con su nombre (Hch 1:14; Jd 1). Si bien no es imposible imaginar a Jesús convenciendo a algunas personas de que él era Dios aunque no lo fuera, es imposible concebirlo convenciendo a su propia madre y hermanos a sufrir persecuciones en esta vida y los tormentos del infierno en la vida eterna por adorarlo a él como el único Dios verdadero, a menos que realmente lo fuera.
- La resurrección de Jesús fue confirmada por sus peores enemigos, como Pablo. Pablo era un devoto judío fariseo que acostumbraba a perseguir y a matar a cristianos (Flp 3:4–6; Hch 7:54–60). Después de un encuentro con Jesús resucitado, experimentó una conversión y se volvió uno de los más dinámicos defensores y promotores de la iglesia (Hch 9). Si Jesús no hubiera resucitado realmente, sería absurdo pensar que Pablo quisiera adorarlo como Dios, especialmente porque Pablo creía acertadamente que la adoración a un dios falso podía enviarlo a las llamas eternas del infierno. En pocas palabras, Pablo odiaba a Jesús y nunca habría pensado en cambiar su práctica religiosa a menos que Jesús hubiera resucitado para demostrarle que estaba equivocado. Además, en casi todas sus cartas conservadas para nosotros en el Nuevo Testamento, Pablo insistió en decir que Jesús había resucitado.
¿CUÁLES SON LAS PRUEBAS CIRCUNSTANCIALES DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Los efectos tienen causas. La resurrección de Jesús no es la excepción, lo cual es evidente por ocho efectos que ocasionó. En su conjunto, dichos efectos son pruebas circunstanciales contundentes de la resurrección de Jesús. La carga de estas pruebas permanece sobre quienes tratan de explicarlas con una causa razonable que niegue la resurrección. Craig explica: «Quien niegue esta explicación queda obligado por la razón a aportar una causa más admisible de la resurrección de Jesús, y a explicar cómo sucedió» [nota final 29]. Continúa diciendo: «La conclusión de que Dios lo resucitó es prácticamente ineludible. Solo un escepticismo académico estéril se resiste a esta deducción inevitable» [nota final 30].
- Los discípulos de Jesús fueron transformados. Antes de la resurrección, los discípulos eran tímidos y temerosos, incluso estaban escondidos cuando Jesús se les apareció (Jn 20:19). Después de la resurrección, sin embargo, todos se transformaron en valerosos testigos de lo que habían visto y oído, incluso hasta el punto de morir en la pobreza y en la vergüenza por sus convicciones, incluyendo a Pedro.
Respecto al testimonio ocular de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús, Simon Greenleaf, profesor de Leyes de Harvard University, reconocido en todo el mundo por su erudición en las reglas para la presentación de evidencia legal, afirmó que es «imposible su persistencia en afirmar las verdades que narraron de no haber resucitado Jesús, y de no haber conocido este hecho con tanta certeza como cualquier otro» [nota final 31].
- Los discípulos de Jesús siguieron siendo leales a su victorioso Mesías.
Entre los «mesías» modernos se encuentran, por ejemplo, políticos que proponen salvarnos y liberarnos de un terrible destino como puede ser el terrorismo, la pobreza o los impuestos irracionales. Los partidarios revolotean alrededor de su mesías con la esperanza de que este cumpla sus promesas y haga realidad sus sueños. Cuando eso no sucede, los seguidores abandonan tanto a su mesías como a la causa, o conservan la causa y buscan a otro mesías. De cualquier modo, un mesías que falla es un mesías olvidado.
Sin embargo, los discípulos de Jesús no abandonaron su causa de perdón de los pecados y vida junto a Dios, ni su devoción a Jesús como su Mesías victorioso. Por el contrario, su devoción a la causa y al Mesías creció tanto en número como en el apasionamiento de su devoción. Soportaron una persecución generalizada e incluso el martirio, lo cual habría sido inimaginable si Jesús hubiera muerto sin lograr resucitar como lo había prometido. Sobre este punto, el historiador Kenneth Scott Latourette ha dicho:
Fue la convicción de la resurrección de Jesús lo que sacó a sus seguidores de la desesperación en la que su muerte los había sumido y lo que condujo a la perpetuación del movimiento que había iniciado él. De no ser por la profunda creencia de que el crucificado había resucitado de entre los muertos, y porque lo habían visto y hablado con él, la muerte de Jesús e incluso Jesús mismo probablemente habrían sido olvidados [nota final 32].
- Los discípulos tenían un carácter ejemplar. Para afirmar que los discípulos predicaron mentiras obvias y que con ellas engañaron a la gente obligándola a morir por la farsa más grande del mundo, uno tendría que encontrar primero pruebas creíbles que pusieran en duda el carácter de los discípulos. Además, estos hombres eran judíos devotos; sabían que, si adoraban un falso dios y animaban a los demás a seguirlos, serian sentenciados por Dios a los fuegos eternos del infierno por violar los primeros dos mandamientos. Por ultimo, ¿no choca esa atroz mentira con el carácter de los hombres y mujeres que dieron su vida por alimentar a los pobres, cuidar a las viudas y huérfanos, y ayudar a la gente herida y necesitada?
- La forma de adorar a Dios cambió. La iglesia primitiva dejó de adorar a Dios el sábado, como habían hecho los judíos durante miles de años, y empezó a adorarlo los domingos en memoria del domingo de resurrección de Jesús (Hch 20:7; 1 Cor 16:1-2). El sábado era tan sagrado para los judíos que no habrían desobedecido uno de los Diez Mandamientos a menos que Jesús hubiera resucitado, dando así cumplimiento a las Escrituras del Antiguo Testamento. Sin embargo, para finales del primer siglo se llamó al domingo «el día del Señor» (Ap 1:10).
Después de la resurrección de Jesús cambió no solo el día de adoración, sino también el objeto de adoración. Considerando además el hecho de que uno de los Diez Mandamientos prohíbe la adoración de falsos dioses, es imposible concebir que unos judíos devotos adoraron a Jesús como único Dios verdadero sin haber tenido pruebas de su resurrección.
Incluso historiadores no cristianos afirman que las multitudes empezaron a adorar a Jesús como al único Dios verdadero después de su resurrección. Por ejemplo, Luciano de Samosata fue un escritor satírico asirio-romano no cristiano que escribió lo siguiente alrededor del año 170 d.C.:
Los cristianos, ya saben, adoran a un hombre hasta hoy, al distinguido personaje que introdujo sus novedosos ritos y fue crucificado por ellos. […] Verán, estas equivocadas criaturas empiezan con la convicción general de ser inmortales, lo que explica su desprecio por la muerte y su voluntaria autodevoción, tan comunes entre ellos; y además su legislador original grabó en ellos la idea de que todos son hermanos desde el momento de su conversión, y niegan a los dioses de Grecia, adoran al sabio y crucificado y viven según sus leyes [nota final 33].
Además, la iglesia primitiva rechazaba el cumplimiento de la ley porque la consideraba cumplida en Jesús; por ello, la ley ya no era aplicable a ella de la misma manera que había sido durante más de mil años. Este fue un enorme cambio en las creencias que fue considerado posible solo por la introducción de una nueva época a partir de la resurrección de Jesús.
Por último, el pueblo de dios recibió los sacramentos de la Santa Cena y del bautismo en el marco de su adoración a Jesús como Dios. En la Santa Cena los primeros cristianos recordaban la muerte de Jesús en el lugar de ellos para el perdón de sus pecados. En el bautismo recordaban la resurrección de Jesús en lugar de ellos para su salvación y anticipaban su propia resurrección personal.
- La tumba vacía fue descubierta por mujeres. Dichas mujeres se mencionan por nombre, eran bien conocidas en la iglesia primitiva y podrían haber sido interrogadas fácilmente para desacreditar sus hallazgos, si hubieran sido falsos (Mc 15:40, 47; 16:1). Además, debido a que el testimonio femenino no era respetado en esa cultura, si el relato hubiera sido ficticio y se hubiera tratado de inventar una mentira creíble acerca de la resurrección de Jesús, habría sido mejor decir que fueron hombres quienes informaron el descubrimiento de la tumba vacía. Por ende, el hecho de que fueron mujeres las primeras en llegar a la tumba vacía de Jesús confirma que el relato de la Escritura es real y no fraguado.
- Toda la predicación de la iglesia primitiva se centraba en el hecho histórico de la resurrección de Jesús. Si la tumba vacía no hubiera sido un hecho comúnmente aceptado, los discípulos habrían intentado convencer a los escépticos de su época para defender el punto fundamental de su fe. En cambio, vemos que el debate no fue en torno a si la tumba había estado vacía, sino a por qué estuvo vacía [nota final 34]. Además, en ninguna parte de la predicación de la iglesia primitiva se defiende explícitamente la tumba vacía, por la simple razón de que era un hecho que muchos aceptaban como tal. Además, una lectura del libro de Hechos nos muestra que en prácticamente toda ocasión en que se daban predicación y enseñanza, la resurrección de Jesús era la verdad fundamental que trataba de comunicarse, porque había cambiado la historia de la humanidad y no podía ignorarse. La resurrección de Jesús aparece en doce de los veintiocho capítulos del libro de Hechos, el cual registra la historia de la iglesia primitiva.
- La tumba de Jesús no se usó como santuario. Craig dice: «En el judaísmo era costumbre preservar o venerar la tumba de un profeta u hombre santo a manera de santuario. Era así porque los huesos del profeta yacían en la tumba e impartían al sitio sus valores religiosos. Si los restos no permanecían ahí, el sepulcro perdía su importancia como santuario» [nota final 35].
De las cuatro religiones principales del mundo basadas en un fundador y no en un sistema de ideas, solo el cristianismo afirma que la tumba de su fundador está vacía. El judaísmo mira atrás hacia Abraham, muerto hace casi cuatro mil años, y aún considera lugar santo su tumba en Hebrón. Miles visitan la tumba de Buda en la India cada año. Mahoma, el fundador del islam, murió el 8 de junio de 632, y su tumba en Medina es visitada por millones de personas cada año.
Además, Yamauchi ha descubierto pruebas de que las tumbas por lo menos cincuenta profetas o de otros personajes religiosos fueron utilizadas como santuarios de adoración y veneración en Palestina alrededor de la misma época de la muerte de Jesús [nota final 36]. Sin embargo, según James D.G. Dunn, no existe «absolutamente ningún indicio» de veneración en la tumba de Jesús [nota final 37]. La razón obvia de esta falta de veneración es que Jesús no quedó sepultado, sino que resucitó.
- El cristianismo se dispersó aceleradamente por el mundo y hoy miles de millones de personas aseguran ser cristianas. El mismo día, en el mismo lugar y de la misma manera, murieron otros dos hombres, uno a la izquierda y otro a la derecha de Jesús. A pesar de las similitudes, no conocemos los nombres de estos hombres, y no hay miles de millones de personas que los adoran como dioses. ¿Por qué? Porque permanecieron muertos; solo Jesús resucitó y ascendió al cielo, dejando a la iglesia cristiana en sus inicios. Sobre este punto, C.F.D. Moule de Cambridge University dice: «El nacionamiento y rápido ascenso de la iglesia cristiana […] siguen siendo un enigma sin solución para cualquier historiador que se niegue a considerar seriamente la única explicación ofrecida por la Iglesia misma» [nota final 38].
¿CUÁLES SON LAS PRUEBAS HISTÓRICAS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Debido a que la muerte de Jesús es un hecho histórico, la corroboración de las pruebas de fuentes no cristianas, además de la Biblia, ayuda a confirmar la resurrección de Jesucristo. El siguiente testimonio de romanos, griegos y judíos es útil porque estos hombres simplemente cuentan los hechos, sin ninguna devoción religiosa.
Josefo (37-100 d.C.)
Josefo fue un historiador judío nacido solo unos años después de la muerte de Jesús. Su pasaje más celebrado, llamado «Testimonium Flavianum», dice:
Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar hombre, pues realizaba obras extraordinarias, y era maestro de todos los hombres que acogen con gusto la verdad. Atrajo hacia sí a muchos judíos y muchos gentiles. Era [el] Cristo. Y cuando por instigación de nuestras autoridades Pilato lo condenó a la cruz, quienes lo amaron desde el principio no lo abandonaron, porque al tercer día se les apareció vivo de nuevo, como la habían predicho los profetas, que además habían anunciado muchas otras cosas admirables sobre él. Y la tribu de los cristianos, llamada así por él, sigue sin extinguirse hasta nuestros días [nota final 39].
Suetonio (70-160 d.C.)
Suetonio fue un historiador romano y analista de la casa imperial. En su biografía de Nerón (emperador del 54 al 68 d.C.), Suetonio menciona la persecución de los cristianos por una referencia indirecta a la resurrección: «Infligieron suplicios a los cristianos, un género de hombres dados a una superstición nueva y maligna [la resurrección]» [nota final 40].
Plinio el Joven (61 o 62-113 d.C.)
Alrededor del año 111 d.C., Plinio el Joven escribió una carta al emperador Trajano donde describe las reuniones de adoración de los primeros cristianos los domingos por la mañana en memoria del día de la resurrección de Jesús:
Nunca he estado presente en una inspección hecha a los cristianos. Por lo tanto, no sé la naturaleza ni la medida de los castigos que regularmente se les imponen, ni los motivos para iniciar una investigación y hasta qué punto debe llevarse. […] También declararon que en suma toda su culpa o error se reduce a no más que lo siguiente: se habían reunido regularmente antes del amanecer en un día fijo [el domingo en memoria de la resurrección de Jesús] para cantar versos alternadamente entre ellos en honor al Cristo como si fuera un dios [nota final 41].
La explicación judía
En el intento más antiguo de explicación alternativa a la resurrección de Jesús, no se negó que la tumba hubiera estado vacía (Mt 28:13–15). Por el contrario, los oponentes judíos aseguraban que el cuerpo había sido robado, admitiendo así el hecho de la tumba vacía. No obstante, esta explicación es insostenible debido a las siguientes razones. (1) El gobierno había cerrado y sellado la tumba con una roca enorme, y no existe explicación alguna de cómo pudieron haberla movido estando de guardia los soldados romanos. (2) Si el cuerpo hubiera sido robado, podría haberse ofrecido a los ladrones una gran suma por rescate, para luego persuadirlos a presentar el cadáver. Si hubiera sido tomado por los discípulos, la tortura y las muertes que sufrieron deberían haber sido suficientes para que devolvieran el cadáver. (3) Aunque el cadáver hubiera sido robado, ¿cómo se explica la aparición de Jesús a multitudes de gente, demostrando que estaba vivo? En conclusión, el robo del cuerpo es poco probable, y además no puede explicar su retorno a la vida.
En resumen, el testimonio histórico de quienes no eran cristianos concuerda con la Escritura en que Jesús murió y resucitó, porque esos son hechos históricos.
¿CUÁLES SON LAS PRINCIPALES OBJECIONES ANTIGUAS A LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Jesús no murió en la cruz, sino simplemente se desvaneció. Algunos han sostenido que Jesús no murió en la cruz, sino que se desvaneció o se desmayó y, por tanto, parecía haber muerto. Esta idea es también la que el Corán de los musulmanes enseña. Respecto a esta afirmación, el teólogo John Stott ha preguntado si debemos creer que, tras los rigores y penas del juicio, las burlas, los azotes y la crucifixión ¿podría haber sobrevivido treinta y seis horas en un sepulcro de piedra con frío, sin alimentos, no atención medica? ¿Qué podría haberse recuperado lo suficiente como para realizar la hazaña sobrehumana de mover la roca que aseguraba la entrada a la tumba, sin llamar la atención del guardia romano? Que entonces, débil, enfermo y hambriento, ¿pudo aparecerse ante los discípulos en tales condiciones que les dio la impresión de haber vencido a la muerte? ¿Qué podría haber seguido afirmando su muerte y resurrección, para enviarlos a todo el mundo con la promesa de estar con ellos hasta el final de los tiempos? ¿Qué podría haberse escondido en alguna parte durante cuarenta días, apareciendo solo ocasionalmente y de sorpresa, para finalmente desaparecer sin explicaciones? Tal credulidad es más increíble de la incredulidad de Tomás [nota final 42].
Además, como hemos señalado, la crucifixión es esencialmente una muerte por asfixia, porque el prisionero se cansa tanto que no puede levantarse para llenar sus pulmones de aire. Por eso los romanos solían acelerar la muerte de los crucificados quebrándoles las piernas. Ya que los verdugos profesionales de Jesús no le quebraron las piernas, deben de haber estado convencidos de su muerte. La única forma en que Jesús podría haber engañado a los verdugos hubiera sido dejando de respirar, lo cual lo habría matado.
Por último, en Juan 19:34-35 se nos dice que el soldado romano clavó una lanza en el corazón de Jesús para confirmar su muerte. El agua que brotó fue probablemente del saco de su corazón, y la sangre del lado derecho de su corazón. Aunque hubiera estado vivo, esto lo habría matado [nota final 43].
Jesús no resucitó y su cuerpo fue robado. La explicación original dada para la tumba vacía por los judíos que decidieron no adorar a Jesús como Dios fue que la tumba sí estuvo vacía, pero no debido a la resurrección sino al robo del cadáver de Jesús (Mt 28:11–15). Para que esto fuera verdad tendrían que haber ocurrido varias cosas imposibles. (1) A pesar de que les habría costado la vida, todos los guardias apostados en la tumba tendrían que haberse quedado dormidos al mismo tiempo. (2) Cada uno de los guardias, además de quedarse dormido, tendría que haber permanecido dormido y no despertarse con el rompimiento del sello romano de la tumba, el desplazamiento de la enorme roca que tapaba la entrada o la extracción del cadáver. (3) Incluso si el cuerpo de Jesús hubiera sido robado, no hay manera de explicar su retorno a una vida vibrante y triunfante.
El problema del motivo es también un factor determinante para refutar esta hipótesis. ¿Qué beneficio podría haber para los discípulos en arriesgar su vida por el robo de un cadáver que finalmente los llevaría a morir por una mentira? ¿Qué motivo podrían haber tenido los judíos, romanos o cualquier otra para robar el cuerpo? Y, si el cuerpo realmente hubiera sido robado, ¿no podría haberse ofrecido una recompensa para animar a quienes lo tenían a hacer un intercambio por una buena cantidad?
Un hermano gemelo de Jesús, o alguien que se le parecía, murió en su lugar. Algunos eruditos musulmanes, además de otras personas, han sugerido que no se crucificó a Jesús, sino a algún hermano u otro hombre que se le parecía. Sin embargo, no existe ni una sola prueba de la existencia de alguien parecido a Jesús en ese tiempo. Además, la madre de Jesús estuvo presente en la crucifixión, y la probabilidad de poder engañar a su mamá es mínima. Por otra parte, las heridas físicas que sufrió durante la crucifixión eran evidentes en el cuerpo resucitado de Jesús y fueron cuidadosamente inspeccionadas por su discípulo Tomás, quien se mostró muy escéptico de la resurrección hasta no haber tocado las heridas (Jn 20:24-28). Además de eso, la tumba estaba vacía y se encontró en ella la mortaja.
Los seguidores de Jesús alucinaron su resurrección. Algunas personas han sugerido que los discípulos no vieron a Jesús resucitado sino una alucinación o proyección de sus deseos de verlo resucitado. Un ejemplo es John Dominic Crossan, vicepresidente del Seminario de Jesús. Él declaró a la revista Time que después de la crucifixión, el cadáver de Jesús probablemente haya sido depositado en una tumba poco profunda, donde los perros salvajes pudieron desenterrarlo y comerlo. La subsiguiente historia de la resurrección de Jesús, afirma Crossan, fue solamente el resultado de una expresión de deseos [nota final 44].
Similarmente, John Shelby Spong, otro miembro del Seminario de Jesús y obispo episcopal, niega la resurrección y cree que el cadáver de Jesús fue arrojado a una fosa común, junto con otros crucificados. Por consiguiente, afirma que el «momento de la Pascua» fue algo que le sucedió a Pedro, no a Jesús. Pedro vio a Jesús en «el corazón de Dios», y empezó a abrir los ojos de los demás discípulos a esta realidad [nota final 45]. Spong escribe: «Ese fue el origen de la Pascua en la historia humana. Sería justo decir que en ese momento Simón se sintió resucitado» [nota final 46].
Esta tesis es poco creíble por cinco razones. (1) Una alucinación es una experiencia individual, no colectiva. Sin embargo, Pablo afirma claramente que Jesús se apareció ante más de quinientas personas a la vez (1 Cor.15:1–6). (2) Jesús se apareció varias veces en diversos lugares, mientras que las alucinaciones generalmente se limitan a un solo momento o lugar. (3) Cierto tipo de personas tienden a ser más propensas a alucinar que otras. Sin embargo, Jesús se apareció ante gente de una gran diversidad de personalidades, incluyendo a sus hermanos y a su madre. (4) Después de cuarenta días las apariciones de Jesús cesaron repentinamente para todos. Las alucinaciones tienden a continuar durante períodos más largos y no cesan abruptamente. (5) Una alucinación es la proyección de un pensamiento preexistente en la mente. Sin embargo, los judíos tenían un concepto de resurrección referente a la resurrección de todo el pueblo al final de la historia (Dn 12:2), no a la de un individuo en particular a mitad de la historia [nota final 47]. Por lo tanto, es inconcebible que los testigos de la resurrección de Jesús la hayan alucinado.
Al considerar las objeciones a la resurrección de Jesucristo, la imputación de C.S. Lewis de «esnobismo cronológico» empieza a tener sentido [nota final 48]. Cada una de estas objeciones se basa en la suposición de que la gente de la época de Jesús era menos inteligente y más ingenua que la gente de hoy. Sin embargo, se puede sostener de manera persuasiva que en un mundo con menos hospitales, medicinas y residencias para enfermos terminales, la gente estaba más consciente del carácter definitivo de la muerte que nosotros los modernos. Además, como ya hemos examinado, ellos ni siquiera creían en la resurrección, y debido a la influencia del dualismo griego, el cual consideraba al cuerpo como una cáscara indeseable que debía desecharse para que el alma pudiera vivir verdaderamente, toda la idea de la resurrección era indeseable. En conjunto, es aparente que este esnobismo cronológico revela más acerca del carácter de las personas modernas que apelan a él que de las personas de la antigüedad que son desestimadas por él.
¿QUÉ LOGRÓ LA RESURRECCIÓN PARA LOS CRISTIANOS?
La resurrección de Jesús lo revela como nuestro rey mesiánico. En el pacto davídico (2 Sm 7:7-16), Dios Padre prometió que su Hijo, Jesucristo, sería levantado de entre el linaje de David para gobernar un reino eterno. Pablo revela que esto se cumplió con la resurrección de Jesús. «La Buena Noticia trata de su Hijo. En su vida terrenal, él fue descendiente del rey David, y quedó demostrado que era el Hijo de Dios cuando fue resucitado de los muertos mediante el poder del Espíritu Santo. Él es Jesucristo nuestro Señor» (Rm 1:3-4). Ahora que el Cristo resucitado ha sido instaurado como nuestro rey mesiánico, podemos estar seguros de que un día regresará a establecer su trono en la tierra y a gobernar su reino, el cual se extiende a toda la creación.
Además, tras la resurrección de Jesús un ángel declaró: «¡No está aquí! Ha resucitado tal como dijo que sucedería» (Mt 28:6). Por lo tanto, la resurrección prueba que las enseñanzas de Jesús fueron y son una verdad en la que podemos confiar. Prácticamente, la resurrección de Jesús nos da confianza en sus otras promesas que esperamos que se cumplan, como la de su regreso un día para juzgar a los pecadores (Jn 3:16, 18, 36; 5:25-29) y recompensar a los santos (Jn 14:3).
La Biblia habla con frecuencia de nuestra unión con Cristo por su resurrección (Rm 6:5), de nuestra resurrección con él (Col. 2:12; 3:1), y de que disfrutamos del mismo y poderoso Espíritu Santo que lo resucitó (1 Cor 6:14; 2 Cor 5:15). Con ello la Biblia está enfatizando las innumerables bendiciones y beneficios conferidos a los creyentes debido a la resurrección de Jesús.
Pablo hace hincapié en que a través de la muerte y resurrección de Jesús tenemos acceso al perdón de nuestros pecados (1 Cor 15:3-58). Debido a Jesús, quienes tienen fe en él pueden vivir con la gran alegría de saber que todos sus pecados—pasados, presentes y futuros—han sido perdonados de una vez por todas gracias a Jesús. Además, a medida que el poder de la resurrección de Jesús trabaja en nuestra santificación, crecemos en santidad y aprendemos a vivir en victoria sobre el pecado, hasta que un día con nuestra propia resurrección viviremos para siempre, libres de le presencia, poder y práctica de todo pecado. En otras partes de la Biblia se habla de la resurrección de Jesús como la fuente de nuestra justificación, que nos capacita para ser declarados justos ante los ojos de Dios aun siendo pecadores. Pablo declara explícitamente que Jesús fue «resucitado para nuestra justificación» (Rm 4:25).
Respecto a nuestro futuro, la resurrección de Jesús es el precedente y modelo de la nuestra: «Lo cierto es que Cristo sí resucitó de los muertos. Él es el primer fruto de una gran cosecha, el primero de todos los que murieron» (1 Cor 15:20). Así como su cuerpo fue resucitado en total salud, así también nosotros resucitaremos para no volver a experimentar dolor, daños o la muerte nunca más. Es así porque a través de la resurrección, Jesús ha dado muerte a la muerte.
Por otra parte, Wright hace la profunda observación de que «el mensaje de la resurrección es que el mundo presente importa» [nota final 49]. Ya que Jesús resucitó físicamente de la muerte, aprendemos que, mediante él, Dios tiene la intención de reclamar y de restaurar todo lo que hizo en la Creación y que corrompió por la Caída. Pasaremos la eternidad en un mundo muy parecido al que disfrutaron nuestros primeros padres en el Edén, porque la tierra ha sido recuperada y restaurada por Dios mediante la resurrección de Jesús.
La plenitud de los efectos de la resurrección de Jesús se verá un día, después de su regreso. El tiempo existente entre la resurrección de Jesús y la nuestra es una larga temporada de amor, gracia y misericordia, mientras la noticia del evangelio sigue avanzando e invitando a los pecadores a arrepentirse y a disfrutar de la salvación presente y futura de Jesucristo. Pablo predicó justo esto, y la urgente necesidad del arrepentimiento de los pecadores: «En la antigüedad Dios pasó por alto la ignorancia de la gente acerca de estas cosas, pero ahora él manda que todo el mundo en todas partes se arrepienta de sus pecados y vuelva a él. Pues él ha fijado un día para juzgar al mundo con justicia por el hombre que él ha designado, y les demostró a todos quién es ese hombre al levantarlo de los muertos» (Hch 17:30-31).
Para concluir, nadie puede permanecer neutral respecto a la resurrección de Jesús. Es una afirmación demasiado asombrosa, un acontecimiento demasiado trascendental, sus implicaciones son demasiado significativas y el tema es demasiado serio. Cada uno debe elegir entre rechazar o aceptar esta verdad para sí mismo; permanecer indiferente o indeciso es rechazarla.
¿CUÁL ES LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Muchos años después de la muerte de mi abuelo George, la historia se repitió. Mi esposa Grace recibió una llamada poco después de la Navidad que su padre estaba muriendo. Estábamos fuera del estado de vacaciones en ese momento y nos apresuramos al hospital para despedirnos.
Nuestros cinco hijos tenían muchas preguntas sobre la muerte de su abuelo Gib. La mayoría fueron las mismas que yo tuve con mi abuelo George. En los días que rodearon su muerte, tuvimos algunas conversaciones increíbles y llenas de esperanza.
El abuelo Gib era un pastor que amaba a Jesús y pasó la mayor parte de su vida ministrando a personas lastimadas. Entonces, les dimos a nuestros hijos la esperanza de la resurrección de Jesucristo. Primero, les dijimos que, después de morir, el abuelo Gib hizo que todo no solo mejorara, sino que se volviera perfecto porque «vivir es Cristo y morir es ganancia».
Segundo, les dijimos que el abuelo Gib estaba con Jesucristo, su persona favorita porque «estar fuera del cuerpo» es estar «en casa con Dios». Tercero, les dijimos que mi abuelo George y su abuelo Gib probablemente estaban divirtiéndose juntos como amigos. Cuarto, les dijimos que un día habría una gran reunión familiar cuando Jesús regrese para darnos una salud perfecta en un cuerpo resucitado para vivir para siempre en un mundo lleno de paz, alegría y sol como 1 Corintios 15:20-22 dice: «Lo cierto es que Cristo sí resucitó de los muertos. Él es el primer fruto de una gran cosecha, el primero de todos los que murieron. Así que, ya ven, tal como la muerte entró en el mundo por medio de un hombre, ahora la resurrección de los muertos ha comenzado por medio de otro hombre. Así como todos mueren porque todos pertenecemos a Adán, todos los que pertenecen a Cristo recibirán vida nueva».
La Biblia dice que los creyentes deben entristecerse, pero no como los no creyentes que no tienen esperanza, porque nuestra esperanza está en la resurrección de Jesucristo.
Entonces, lloramos como familia, dimos gracias a Dios por los recuerdos con nuestros abuelos, y nos divertimos imaginando como sería la eternidad en la reunión familiar. Uno de los niños preguntó si podían jugar béisbol con los abuelos. Otro preguntó si los abuelos podían llevarlos a nadar y comprarles helado. Como ninguno era un pecado, les dije que sonaba como algo bueno que esperar. Explicamos que, después de la resurrección, todos seríamos felices viviendo en un reino formado por hermanos y hermanas de todas las naciones disfrutando del sol todos los días.
Hilarantemente, uno de los niños dijo que el cielo es básicamente como Disneylandia en California. Nos reímos, lo pensamos y dijimos que sí, pero que es mejor. El Rey Jesús es mejor que Mickey Mouse, la iglesia es una mejor novia que Minnie Mouse, el reino de Dios es mejor que el reino mágico y no hay que pagar porque Jesús paga por todos. Desde ese momento, cada vez que vamos a Disneylandia, bromeamos que estamos practicando para el cielo.
PREGUNTAS PARA REVISTA PERSONAL Y/O DISCUSIÓN DE GRUPOS PEQUEÑOS
- Si alguien te preguntara sobre tu creencia en la resurrección de Jesús, ¿como sería tu respuesta?
- Cuando piensas en el cielo, ¿piensas principalmente en la vida sin un cuerpo o en la vida con un cuerpo resucitado? ¿Por qué?
- ¿Crees que el concepto de la resurrección de Jesús fue único o tomado de creencias no cristianas anteriores?
- ¿Crees que Jesús hubiera podido sobrevivir todo lo que soportó sin morir? ¿Por qué?
- ¿Crees que Jesucristo murió y resucitó de la muerte? Para ti, ¿cuál es al argumento más convincente para su posición?
- ¿Puedes pensar en alguna razón por la cual los discípulos hablarían y sufrirían por la resurrección de Jesús si de hecho fuera un gran engaño?
- ¿Has sido bautizado para asociarse con Jesús? ¿Por qué o por qué no?
- ¿Qué diferencia hay cuando las personas están sufriendo y muriendo por creer que Jesús conquistó la muerte y, a causa de él, también podemos nosotros?
- ¿Alguna vez has conocido a un cristiano que se estaba preparando para morir? ¿Cómo su creencia en la resurrección de Jesús cambió su visión de la muerte?
- ¿Hay alguien con quien te gustaría levantarte de la muerte y pasar tiempo? ¿Quién?
NOTAS
- «Sleep [El sueño]» en Leland Ryken, Jim Wilhoit, et al., Dictionary of Biblical Imagery (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2000), 799.
- Ver N. T. Wright, The Resurrection of the Son of God (Minneapolis: Fortress Press, 2003), 30–31. Publicado en español con el título La resurrección del Hijo de Dios.
- Ibid., 31.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid., 83.
- Ibid., 32.
- Aeschylus, Eumenides 647– 48, vitada in Wright, Resurrection, 32.
- Wright, Resurrection, 35.
- Ibid., 49.
- Ibid., 53.
- Ibid.
- Ibid., 60.
- Ibid., 76.
- Ibid., 81–82.
- Ibid., 82–83.
- Como socio de la Fundación Humboldt, Craig pasó dos años estudiando la resurrección de Jesucristo en la Universidad de Munich. Ver William Lane Craig, The Historical Argument for the Resurrection of Jesus During the Deist Controversy [El argumento histórico a favor de la resurrección de Jesús durante la controversia deísta] (Lewiston, ID: Edwin Mellen, 1985), y Assessing the New Testament Evidence for the Historicity of the Resurrection of Jesus [Evaluar la evidencia del Nuevo Testamento a favor de la historicidad de la resurrección de Jesús] (Lewiston, ID: Edwin Mellen, 1989).
- William Lane Craig, «Did Jesus Rise from the Dead? [¿Resucitó Jesús de los muertos?]» en Jesus Under Fire: Modern Scholarship Reinvents the Historical Jesus, ed. Michael J. Wilkins y J. P. Moreland (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), 160, énfasis en original. Publicado en español con el título Jesús bajo sospecha: Una respuesta a los ataques contra el Jesús histórico.
- Yamauchi se ha sumergido en no menos de veintídos idiomas y es experto en historia antigua, incluyendo historia del Antiguo Testamento y arqueología bíblica, con énfasis en la interrelación entre las culturas antiguas del Oriente Próximo y la Biblia. Muchos le consideran experto en historia antigua, historia de la iglesia primitiva y gnosticismo. Ha contribuido con más de ochenta artículos a más de tres docenas de publicaciones académicas, y se ha hecho acreedor a ocho plazas de profesorado. Entre sus obras se encuentran la contribución de capítulos para diversos libros, así como libros completos sobre Grecia, Babilonia, Persia y África antigua.
- Edwin Yamauchi, «Easter: Myth, Hallucination, or History? [La resurrección: ¿Mito, alucinación o historia?» Christianity Today, 15 de marzo, 1974 y 29 de marzo, 1974, 4–7, 12–16.
- Ibid.
- Ibid.
- Ver Lee Strobel, The Case for the Real Jesus (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2007), 174–75 [publicado en español con el título El caso del Jesús verdadero]; y Bruce M. Metzger, Historical and Literary Studies: Pagan, Jewish, and Christian [Estudios históricos y literarios: Paganos, judíos y cristianos] (Grand Rapids, Eerdmans, 1968), 11.
- Ver Craig, «Did Jesus Rise from the Dead?»
- James Orr, The Resurrection of Jesus [La resurrección de Jesús] (Londres: Hodder & Stoughton, 1908), 198.
- P. Moreland, Scaling the Secular City [Escalar la cuidad secular] (Grand Rapids, MI: Baker, 1987), 172.
- Citado en Richard N. Ostling, «Who Was Jesus? [¿Quién era Jesús?]» Time, 15 de agosto, 1988, 41.
- William Lane Craig, The Son Rises: The Historical Evidence for the Resurrection of Jesus [El Hijo se levanta: La evidencia histórica a favor de la resurrección de Jesús] (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2001), 134.
- Ibid.
- Simon Greenleaf, The Testimony of the Evangelists: The Gospels Examined by the Rules of Evidence Administered in Courts of Justice (Grand Rapids, MI: Kregel, 1995), 32. Publicado en español con el título El testimonio de los evangelistas: Examinado por las reglas de evidencia administradas en los tribunales de justicia.
- Kenneth Scott Latourette, A History of the Expansion of Christianity [Una historia de la expansion del cristianismo], 7 vols., The First Five Centuries [Los primeros cinco siglos] (Nueva York: Harper, 1937), 1:59.
- Luciano de Samosata, «The Death of Peregrine [Sobre la muerte de Peregrino», en The Works of Lucian of Samosata [Las obras de Luciano de Samosata], trad. H. W. Fowler y F. G. Fowler, vol. 4 (Oxford: Clarendon, 1949), 11–13. Ver también Plinio, Letters [Cartas], trad. William Melmoth, vol. 2 (Cambridge: Harvard University Press, 1935), 10.96.
- Murray J. Harris, Raised Immortal: Resurrection and Immortality in the New Testament [Levantado inmortal: La resurrección y la inmortalidad en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1985), 40.
- Craig, “Did Jesus Rise from the Dead?” 152.
- Yamauchi, “Easter: Myth, Hallucination, or History?” 4–7.
- James D. G. Dunn, The Christ and the Spirit (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), 67–68. Publicado en español con el título Jesús y el Espíritu.
- F. D. Moule, The Phenomenon of the New Testament [El fenómeno del Nuevo Testamento] (London: SCM Press, 1967), 13, énfasis en original.
- Flavio Josefo, «Jewish Antiquities [Antigüedades judías]», en The New Complete Works of Josephus, trad. William Whiston (Grand Rapids, MI: Kregel, 1999), 18.63–64, énfasis agregado. Kostenberger, Andreas J.; Kellum, L. Scott; Quarles, Charles L. (2009). The Cradle, the Cross, and the Crown: An Introduction to the New Testament, pp. 104-108 es un excelente sumario de la controversia.
- Suetonius, Vita Nero 16.11–13.
- Pliny the Younger, Letters 10.96.1–7. Énfasis agregado.
- John R. W. Stott, Basic Christianity (Grand Rapids, MI: InterVarsity, 1971), 49. Publicado en español con el título Cristianismo básico.
- Truman Davis, «The Crucifixion of Jesus: The Passion of Christ from a Medical Point of View [La crucifixión de Jesús: La pasión de Cristo desde un punto de vista médica,» Arizona Medicine (marzo de 1965): 183–87.
- Richard N. Ostling, «Jesus Christ, Plain and Simple [Jesucristo, sencillamente],» Time, 10 de enero, 1994, 32–33.
- John Shelby Spong, Resurrection: Myth or Reality? [La resurrección: ¿Mito o realidad?] (Nueva York: HarperCollins, 1994), 143.
- Ibid., 255, énfasis agregado.
- See Craig, “Did Jesus Rise from the Dead?” 159–60.
- S. Lewis, Surprised by Joy: The Shape of My Early Life (Orlando: Harcourt Brace, 1955), 201. Publicado en español con el título Cautivado por la alegría.
- N. T. Wright, For All God’s Worth: True Worship and the Calling of the Church [El valor de Dios: La verdadera adoración y el llamado de la iglesia] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1997)